La inmersión lingüística en Cataluña y el adoctrinamiento tienen la culpa de lo que pasa aquí?

Nunca he oído a nadie justificar el adoctrinamiento poniendo ejemplos de escuelas y profesores concretos. Qué casualidad.

Pilar Carracelas
Inmersion lingüística Cataluña

Última modificació: 25 de juny de 2020

Para empezar, quien piensa que a los niños se les adoctrina debería pisar unas cuantas aulas. Nunca he oído a nadie justificar el adoctrinamiento poniendo ejemplos de escuelas concretas y profesores concretos. Nunca. Además, una parte muy importante de los independentistas ni siquiera han recibido la educación en democracia, y es un poco osado pensar que se les ha adoctrinado posteriormente con lo grandecitos que son. Y podría acabar el artículo aquí. Sin embargo, me gustaría hablar también de mi experiencia personal.

La inmersión lingüística, gestada por las asociaciones de padres en el barrio obrero de tradición comunista de Santa Coloma de Gramenet, nunca ha sido un problema en Cataluña hasta que apareció Ciudadanos. Sorprendentemente, la mayoría de ellos son los que peor catalán hablan en el Parlament. Y en el Gobierno español, los más detractores del catalán siempre han sido los que no saben hablar otra cosa que el castellano.

Mi colegio y mi instituto

Yo soy hija de padres gallegos. Entre ellos hablaban en gallego, pero mi madre, por miedo de que me hiciera un lío entre el gallego, el castellano y el catalán, me habló desde pequeña en castellano. Lo mismo hicieron la mayoría de padres gallegos de la generación de mi madre.

Yo fui a un prestigioso colegio público de primaria donde se practicaba la inmersión lingüística más estricta. Hasta 4º de EGB sólo hacíamos en castellano la asignatura de castellano. De mi clase muchos niños salieron de la primaria hablando un pésimo catalán, y la proporción era mayor en el curso de mi hermano, 6 años menor.

Consciente de esto, cuando en el instituto la proporción de cada idioma en las clases fue de un 50/50 -en otros muchos era mucho mayor la proporción de castellano-, y un porcentaje más elevado de chavales salía del colegio sin saber prácticamente nada de catalán, empecé a darme cuenta de que la inmersión era imprescindible para lograr un auténtico bilingïsmo entre el catalán y el castellano.

Yo hablaba castellano con mi madre, con mi hermano, con los amigos de mi hermano, con toda mi familia de galicia, con mis compañeras del equipo de voleibol, con mis compañeros del centro gallego del que era socia -donde nunca se incentivó siquiera, al menos durante los 10 años en los que yo estuve- que habláramos gallego entre nosotros-. La tele era y es mayoritariamente en castellano, los libros que me regalaban eran en castellano, las emisoras de radio eran mayoritariamente en castellano.

Si alguien parte de una desventaja de entrada, no se le pueden dar las mismas oportunidades que a otro que no la tiene para llegar al mismo sitio, con las mismas opciones. Dar las mismas oportunidades a uno y otro lo único que hace es aumentar la desventaja hasta la derrota del desfavorecido. El supuesto trilingüismo es el máximo exponente de todo esto. Fraccionar las clases en un idioma más sólo desfavorecería más al catalán y no garantizaría más aprendizaje de inglés, entre otros motivos, porque los profesores no están preparados para ello. Curiosamente las clases en inglés donde más se defienden es en las comunidades con lengua propia.

Una gallega independentista catalana

Mi madre nunca había estado de acuerdo con esto, y tuve muchísimas discusiones con ella. Me repetía que era positivo que se hicieran las mitad de las clases se hicieran en castellano y la mitad en catalán. Hasta que, cuando yo debía tener unos 14 o 15 años, se dio cuenta de que en Galicia, donde el sistema escolar es teóricamente al 50/50, el gallego, su idioma natal, retrocedía dramáticamente. Muchos jóvenes ya no hablaban gallego, lo veían de paleto. Incluso sus paisanos, que la conocían de pequeña y siempre habían usado el gallego, a veces le hablaban en castellano cuando iba a su pueblo, dado que la consideraban ajena. Empezó a explicarme de cómo los maestros pegaban a los niños que hablaban gallego en su colegio durante el franquismo. Fue entonces cuando empezó a defender la inmersión y a mí empezó a hablarme en gallego.

En parte creo que a partir de ahí, y de estudiar un poco más a fondo la historia de Galicia -ya de mayor, porque obviamente durante el franquismo no se explicaba esta historia- mi madre empezó a hacerse independentista. Al ver cómo el poder central, ya desde los tiempos de los Reyes Católicos, cuando Isabel la Católica castigó a Galicia por dar apoyo a Juana la Beltraneja como pretendiente al trono, aplastó la identidad de Galicia, y sus posteriores dificultades para su desarrollo, decidió que trabajaría para que el lugar donde vivía, Cataluña, pudiera afirmarse como nación.

Incomparecencia del contrario

En mi caso, no sé exactamente cuando me hice independentista. Siempre he considerado a Cataluña una nación y he simpatizado con la democracia directa, con el hecho de que la gente pueda decidir directamente sobre las cuestiones que le atañen, como puede ser el futuro del país donde viven. Sin embargo, lo que tuvo más peso fue el darme cuenta de que España no tiene proyecto político como sí lo tienen otros países. En España no hay vistas a someter a la monarquía a referéndum -ni siquiera Podemos lo llevó en su programa-, ni a finalizar a corto plazo el corredor mediterráneo a pesar de las advertencias de la Unión Europea, ni a federalizar el Estado de verdad -sólo hay que ver la ambigüedad del Pacto de Granada del PSOE, el único que defiende el federalismo, que ni aborda la posibilidad de un federalismo asimétrico a la canadiense, con un blindaje de competencias en lengua y educación, por ejemplo, y ni siquiera nuevas propuestas de financiación como la ordinalidad alemana-. El federalismo es la mejor manera de abordar un Estado plurinacional.

Pensar que la gente es tonta

Los que atribuyen una reivindicación política ajena que no comprenden a que al otro le han hecho un lavado de cerebro optan por una postura comodísima. Te hace sentir un genio. Qué tontos son los demás y qué listo soy yo. Pasó lo mismo con la victoria de Trump o el Brexit. Y eso sólo enquista el problema, porque tengo una noticia, y es que nadie se sentirá especialmente cercano a otro que lo considere tonto.

Una compañera periodista inglesa residente en Francia me decía que sus padres, jubilados que viven en Manchester, votaron a favor del Brexit porque, a pesar de que eran conscientes de que no todo iba a ser tan bonito como lo planteaban los partidarios de salir de la Unión Europea, pensaban en su nieto recién nacido, no en ellos. Y estaban dispuestos a sacrificarse económicamente por las futuras generaciones para que recuperaran la soberanía política perdida. Podemos estar de acuerdo o no con el razonamiento, pero nadie puede decir, como muchos sostienen, que votaron egoístamente de espaldas a los jóvenes. Se puede pensar que se equivocaron, pero hicieron lo que consideraron mejor, y su decisión no es moralmente superior a la contraria, sustentada en otros motivos igualmente respetables.

Una postura muy antigua

Pensar que la gente es estúpida y manipulable era el principal argumento de Aristóteles para denostar la democracia. Decía que el gobierno tenía que estar en manos de las personas virtuosas y no del pueblo, que se deja llevar por las pasiones. Este razonamiento es en el que se basan los políticos hoy en día para criticar los referéndums, e incluso para defender que la gente se debe limitar a votar cada cuatro años y menospreciar las manifestaciones u otras formas de reivindicación.

Yo creo que jamás debemos pensar que otro actúa engañado, las personas somos capaces de decidir, acertar, equivocarnos y aprender, y eso no es posible si los demás deciden por nosotros. Además, todos nos dejamos engañar de alguna u otra manera en la vida. Por las empresas, por nuestros amigos, por nuestras parejas. Todos somos igual de volubles. Por lo tanto sería una buena idea respetar el criterio ajeno de la misma idea que queremos que se respete el nuestro.